OLIGARQUÍA ECONÓMICA, LA CONCENTRACIÓN DE LA RIQUEZA.
Nunca en toda la Historia se había pagado tanto por el Entretenimiento, tanto así que ni los profesionales de las Ciencias jamás podrían competir con el ingreso de los artistas de toda forma de espectáculo. Nada más piense en los más de 800 millones de pesos (chilenos) mensuales que gana un crack en Alemania. Y el otro astro del balompié en Inglaterra que pretende ganar 183 millones semanales. Ambos son chilenos, originarios de poblaciones revestidas de precariedad. Si de excesos se trata, a Messi pretenden pagarle 500 millones de euros por su talento en las canchas de China. Mayweather, el ya retirado boxeador norteamericano ganó 280 millones de dólares el año 2015 (y su última pelea pareció un fraude). Mejor ni hablar de los actores de cine y cantantes famosos de este tiempo. Si esto no es una inmoralidad e injusticia a todas sus anchas, entonces ¿Qué es? Lo peor de todo es que nosotros -los espectadores-consumidores y sostenedores-, más encima los admiramos y aplaudimos.
Un obrero medio en Chile gana alrededor de “5 a 6 millones de pesos anuales”. Haga el cálculo nada más cuánto gana por semana y compare. Un futbolista se gana en una semana lo que un obrero se ganaría en tres vidas –si las tuviera. Es ridículo y hasta irrisorio el ejercicio matemático. El mundo está loco, fuera de orden, enajenado de la triste realidad que viven los más de 7.000 millones de seres humanos que habitan la tierra.
Carlos Slim (telecomunicaciones), Bill Gates (Microsoft), Amancio Ortega (Zara), etc., En Chile, los Luksic, los Matte, los Solari, etc., todos y cada uno de estos señores ejercen en la sociedad una “oligarquía económica” cruel y despiadada. Dicen que los “maestros del engaño” (y sin corazón) son los publicistas –aliados permanentes de los magnates manipuladores de fortunas. Ellos establecen las tendencias y el consumo de la así llamada: “Chusma inconsciente”. El pueblo compra y muerde sus cebos como peces ingenuos que van directo a la paila.
Por tales razones, no compro zapatillas de marca, ni ropa exclusiva, ni tomo bebidas Cola, ni compro nada -conscientemente-, que le haga el juego a estos grupos organizados de explotadores de sus hermanos. Como dice el dicho: “La culpa no es del chancho sino de quién le da el afrecho”, bueno, ahí me quedo. No tengo afrecho. No veo comerciales. Cuando aparecen le pongo “mute” al televisor, cambio de canal inmediatamente. No “vitrineo” en los Malls. Voy con frecuencia al “cachureo”, a las ferias libres, “garajes sales”, navego en Mercado Libre, etc., y en el regateo –sano y respetuoso-, me encuentro con el hombre y la mujer, sin maquillajes ni orgullo.
HE AQUÍ ALGUNAS DE MIS MÁXIMAS:
- El hombre es más que su vestido.
- Valemos más por dentro que por fuera.
- Uno se convierte en aquello que ama.
- Lo que tengo no me constituye. Estoy hecho de mí, no de cosas.
- Cuando no tengo, sigo siendo yo mismo
- ¿Cuánto tienes, cuánto vales? Eso no va conmigo.
Lo más triste de todo es que este mensaje de la prosperidad económica ha sido adoptado como una señal de la bendición de Dios sobre una persona. Yo me pregunto: ¿Cómo calza en esa teología la vida de Juan el Bautista, el apóstol Pablo y la del mismo Jesús? ¿Serían acaso unos míseros y fracasados que no les funcionó la fe y por ende vivieron y murieron en la pobreza, recluidos, olvidados y traicionados? Estos “apologetas de la prosperidad”, ¿Cómo interpretarán los últimos versículos de Hebreos capítulo 11?
Si algo de trascendente tiene el mensaje de Cristo es el valor que él le otorga a la vida, al cuerpo y la libertad del ser humano: ¿No valéis más que un pajarillo? ¿No es tu cuerpo mayor que el vestido? ¿No es la vida más grande que la misma muerte? ¿Dónde hacemos nuestros verdaderos tesoros? ¿Por qué el afán y la ansiedad sustituyen a la paz y el contentamiento de manera tan inexorable en estos días? Sin duda que las respuestas a estas preguntas las encontraremos en el Sermón de la Montaña que el Maestro por excelencia un día predicó a gente tan igual a nosotros (Mateo 5-7).
No soy millonario, pero sí soy rico en la gracia de Dios. Y rico es aquél que tiene para compartir con el que no tiene. Y si tenemos es porque hemos recibido, y si recibimos es por fe y por gracia, de modo que nada es nuestro sino que todo es de él. Rico, no en riquezas tangibles y cuantificables en la Bolsa, pero sí riquezas perennes y validas en el cielo. Como meros administradores de los dones y bienes que nos han sido confiados, nunca olvidemos quién es el Dueño de todas las cosas. Por mi parte, se pueden quedar con los millones en la tierra, amontonar riquezas en las manos de unos pocos –a veces injustamente-, intentando disfrutar de ellas, pero “prefiero un dulce sueño que la inquietud de la abundancia” (Ecle.5.12). El orín corrompe, la gloria es imperecedera, y no hay gloria fuera de Cristo… ¡Soli deo gloria!
Protesto en silencio, hasta ahora.
(AGAL 161226).-